lunes, 30 de junio de 2008

REFLEXIONES EN TORNO A LA OBRA DE AURA RAQUEL HERNÁNDEZ

Por ANA MARIA PINEDA – Curadora Galería SinFin

Para poder ver bien una obra hay que saber entrar a conocerla íntimamente. Antes de conocer la obra de Aura pensaba que “todo” se debía intuir desde el principio. Ahora sé que la primera impresión es apenas la primera parte del proceso de deglución de la obra.

Esta obra hay que saber habitarla, no te pido que hoy mismo lo hagas completamente; pero si te interesa saberlo, detrás de este trabajo -que puede parecer sencillo para un ojo apresurado- hay un mundo de sentimientos y conceptos que la artista se ha encargado de ir explorando a través de los días, logrando una serie de imágenes que corresponden a la síntesis conceptual después de haber indagado profundamente sobre una idea primaria. Síntesis que también se ha logrado a través de la persistencia sobre una “misma” técnica que del mismo modo sabe muy bien enunciar el humor y la ironía.

La obra de Aura hay que saber saborearla, acercarse de a poquitos, estar por largas horas junto a ella dejando que tu universo interior también empiece a fluir con ideas locas; no te preocupes, la obra misma te irá dando la pauta para hacerlo.

Te invito a que indagues sobre cuál fue la preocupación que llevó a Aura a crear estos objetos y que puedas reconocer que no necesitas ser un erudito para poder desglosar este mensaje… Así como no creo mucho en la idea del amor a primera vista, tampoco creo que todo el arte deba ser digerido de sopetón. Date tiempo; pregunta si no estás seguro. Conoce, siente y simpatiza. Puedes venir de nuevo, la obra estará expuesta por varios días… te sorprenderás -así como a mi me sucedió- cómo la obra te empieza a hablar por sí sola si dejas que ella también habite dentro de ti.

Después de la atracción viene la búsqueda…después ocurre el enamoramiento. En mi caso particular puedo decir que ya estoy enamorada…

Oda a mi

Tú y yo comenzamos el juego; pero he sido yo el que lo ha hecho a escondidas. Gracias a ti me alimento del mundo. Sin ti podría decir que yo no existo. Eres tu quien a medida que pasan los días me ha involucrado más en esto que odio tanto y de lo cual espero poder liberarme a como de lugar; pero tú con tu inocencia, seguridad e indiferencia te has encargado de mantenerme ahí a tus espaldas. Somos tú y yo quienes construimos la imagen con la que ahora formamos parte en el mundo. Tú no serías tan bello sin que yo estuviera a tus espaldas alabando todo lo que haces en mi silencio con el que me caracterizo. Tal vez tú me has soñado sin embargo, y has pretendido ser tan despreocupado como yo.

Este juego es tan parecido a lo que me han dicho del amor, que a veces no logro notar la diferencia. Si una parte de mi no te amara sería imposible que me atrajeras de la manera como lo haces. Si pudieras intuir la manera como te veo tal vez llegarías a interesarte en mí así como yo lo hago en ti. Somos uno solo aunque no lo sepas y esas coincidencias que ves en un día normal, en la que tú y yo llevamos la misma camisa de flores o caminamos con la misma cadencia, son el producto de lo que mis pensamientos han generado. Las coincidencias en nuestra similitud no valen. Yo sé de donde provienen; sin embargo, nunca te lo voy a dejar ver.

Cada uno de nosotros pretendemos alejarnos a como de lugar de este sentimiento de envidia al que llamamos ruin, porque sabemos que de uno u otro modo debemos aceptar nuestro lugar en el mundo y enriquecerlo tal y como lo hacen los demás. Lo que sucede es que al no saber qué tan miserables se sienten los demás, optamos por otorgarles la dicha de la cual carecemos y pintarles su propio mundo del mismo color del que pintaríamos el nuestro si no fuéramos nosotros.

La felicidad de los demás me hace sufrir.
¿Puede concebirse algo más horrible?
[1]

Si no fuéramos nosotros mismos sino otra persona que nos mira de lejos, seguramente alabaríamos cada movimiento de nosotros que ahora nos incomoda. Querríamos ser ese ser del cual a veces nos avergonzamos. Si por un día alguien nos prestara otro cuerpo, no dudaríamos un segundo en fijarnos en lo hermoso que es ese cuerpo viejo, comenzaríamos a encontrar nuevas razones para querer ser ese otro que ya no estamos habitando.

Cada cual ha envidiado hasta sus propias fotografías de tiempos pasados en las que su pelo y su piel se veían más radiantes. Hemos envidiado hasta nuestro propio juguete que a razón de no desecharlo se lo regalamos a alguien. La envidia y el pasado se parecen. La melancolía hace parte de esta historia. El presente se anula en el momento que la envidia aparece; o te remites al pasado de querer estar ahí o al futuro de querer ser eso que no eres; pero nunca te sitúas en el presente. El presente es el momento más hostil cuando somos envidiosos.

Me habían advertido que no usara esta palabra, envidia, o que procurara ser más sutil en el momento de hablar de este tema, para dejar un poco de duda en el mensaje y posibilitar más una reflexión a partir de las imágenes que se observarían en esta obra. Sin embargo, opté, por ponerle la contraparte a este mismo sentimiento del que aquí se está hablando. La contraparte de la envidia es la sinceridad, es lo que me invita a decirte hoy mismo que debes ser sincero en el momento de acercarte a este trabajo. Y si la envidia es lo que va a rozar tu crítica seguramente estés en el lugar adecuado.

Envidia produce el ver la pulcritud con la que esta obra venía envuelta. Nunca antes había tenido la oportunidad de estar tras bambalinas viendo lo que sucede antes de montar una obra de “este calibre”. Cada uno de estos grabados venían envueltos en un plástico de burbujas con una tapa de plástico perfectamente diseñada para cada uno de ellos evitando que se estropearan. Una caja grande alargada, contenía el hermoso telar que está expuesto adyacente a estos pequeños grabados. La artista que las empacó parecía tener gran experiencia en embalaje, o por lo menos demostró tener el suficiente respeto hacia su trabajo.

Esta artista de la que hablo me produjo envidia, y pensé que era adecuado hablar de este sentimiento ya que su trabajo parte de esta reflexión. Podría haber optado por callar como todos los envidiosos lo hacemos; pero en mi caso encontré pertinente el poder decir que envidio la manera en la que esta artista ha operado y ha sabido valorar su trabajo. Lo cual a los artistas jóvenes o recién graduados como yo nos queda un poco difícil hacer y entender; valorar nuestro trabajo y tener una identidad propia que a causa de sentimientos como la envidia nos llevan a usurpar ideas de otros artistas de los cuales paradójicamente poco sabemos.

Y como el que es envidioso siempre estará en un lugar menos favorecido, prefiero callar en este mismo instante e invitarte a ti a que observes con cautela y desarrolles tu sentido crítico que muy probablemente nacerá de la rivalidad que encontrarás entre tus conceptos y la obra.


[1] Citando a César Ripa Traité des Passions 1663, en La envidia y el deseo, bajo la dirección de Pascale Hassoun-Lestienne.